El próximo año se cumple el centenario de la exposición de
Kazimir Malevich titulada 0,10, en la que apareció por primera vez su famoso
Cuadrado Negro. Como es bien sabido, en dicha exposición, el Cuadrado Negro
ocupaba el lugar que, en las casas de tradición ortodoxa rusa, estaba reservado
al icono principal: arriba, muy alto en una esquina en la intersección de dos
paredes.
Malevich presentó “Cuadrado Negro” como un punto de quiebre
en su carrera y en el arte en general. “Un icono completamente desnudo y sin
marco”. Así lo definió Malevich. Que sea una nueva invención (una tabula rasa), la expulsión
de los dioses y de los hombres del arte, la consumación artística del
nihilismo; el silencio después de Auschwitz antes de Auschwitz... Son interpretaciones plausibles. Pero voy a intentar otra (no ajena a esta, pero que
comienza en otro punto).
Quiero ensayar aquí una suerte de comparación entre Platón y Malevich. No vaya a ser que Platón se haya ido a esconder en los lienzos de Malévich (encontrar al filósofo en la caza del artista, al modo como ocurre en el Sofista, donde se encuentra al filósofo a la caza del sofista). Hay en el pensamiento de Platón una cercanía entre la sofística, la filosofía y el arte que pienso que vale la pena considerar (si bien no es este el lugar para ello). Voy a intentar algo “más” modesto (y menos modesto realmente).
Son cuatro puntos los que quiero dejar anotados en torno a esta comparación –ligeramente esbozados, más bien- (la crítica al arte imitativo; la imagen de la totalidad como punto de partida de la dialéctica; la necesidad de interpretación y la vuelta a la caverna).
Hoy mencionaré el primero:
Es un tópico decir que el arte abstracto es una crítica a
la comprensión del arte como mímesis. El arte abstracto (en el caso de Malévich, más que abstracto, no-objetivo) culmina el proceso iniciado por el romanticismo de abandono de los
cánones ilustrados del arte como imitación de la naturaleza (la imitación como
regla del arte), para pasar a ver el arte como expresión de la subjetividad. Pero, por ser un tópico, no es menos verdadero. En “Del cubismo y del futurismo al suprematismo”
(manifiesto), hay una crítica muy lúcida a la pintura figurativa, que comienza
con el graffiti del salvaje y refleja el deseo de reproducir y no de crear una
forma nueva.
Malévich -y con él la vanguardia rusa- pretende una superación del límite del arte como imitación. Pero
para eso, había que romper con dos cosas: el arte como representación; y su
carácter “mundano o profano”, típico de la ilustración. Pero la vuelta no puede
ser ya –o pareciera no poderlo ser a nivel conceptual- a un arte que sirve a lo
religioso.
En esa misma línea va la crítica platónica. Como todos
sabemos, Platón critica férreamente el arte. (El arte de su tiempo, nada menos que “el
arte clásico griego”). ¿Por qué? La ambición del artista es reproducir la ilusión –la imagen-
sin el objeto (República 596e): es la apariencia de la ausencia (del objeto
desaparecido). (phainomena, eidola, phantasmata).
Para hablar del arte, Platón utiliza los mismos términos que
para hablar de la sofística. Ambas son imitación y simulación. En negativo:
ambos son charlatanes, mentirosos, hechiceros. (Sofista 234; República 595). Tanto el artista
como el sofista se ocupan de alguna suerte de no-ser.
Ahora bien: el problema de la sofística no es sin más
ocuparse del no-ser. Como tampoco el oficio del filósofo es ocuparse del ser (el
no-ser es muy interesante para despreciarlo; el conocimiento del no-ser es tan
importante que, para el alma “omnívora” del filósofo –el adjetivo es de Platón,
no mío- es tan deseable como el ser).
Decía: el problema de la sofística no es sin más ocuparse
del no-ser. Entonces, ¿cuál es? ¿Qué es lo que resulta tan imperdonable para
Platón? Lo mismo que critica en el arte de su tiempo:
que es imitativo y con ello, muy alejado de la verdad (598b). Es pernicioso
porque nos hace creer que es verdad –que es- aquello que no lo es. Lo que resulta imperdonable es no reconocer la ilusión como
ilusión (hacer creer que es verdad). O sea, dicho en términos aristotélicos,
confundir la verosimilitud con la verdad.
(Continuará)