jueves, 5 de junio de 2014

Sobre dialéctica y filosofía


De la filosofía, dice Platón: 

en modo alguno es algo de lo que se pueda hablar como de otras disciplinas, sino que es gracias a un frecuente contacto con el problema mismo y gracias a la convivencia con él, que de repente surge este saber en el alma, igual que la luz que se desprende de un fuego que brota, alimentándose a partir de entonces a sí mismo. (Carta VII, 341c-d)
Es a través del contraste de ideas, a través del adiestramiento del diálogo, como se “enciende” el conocimiento. El ejercicio del pensamiento, el contacto continuo con lo estudiado y el sometimiento de lo pensado a crítica, es lo que permite que acontezca un conocimiento nuevo. Es nuevo para el que en ese momento piensa, pero en realidad, ése es el único tipo de novedad posible: la del pensamiento de cada cual. Tal conocimiento no sucede en solitario. Platón considera que es preciso un intercambio constante de ideas con otros que andan el mismo camino, y también con aquellos que sirven de maestros: 
es preciso aprender la mentira y la verdad de las cosas en su conjunto; y esto sucede con un esfuerzo constante y mucho tiempo. Con grandes penurias, por medio del mutuo contacto de unos y otros elementos (nombres y definiciones, visiones y percepciones), sometiéndolos a examen con críticas benévolas y carentes de envidia, a fuerza de preguntas y respuestas, se encienden, respecto a cada particular, la razón y la inteligencia, poniéndose en la mayor tensión posible según la capacidad humana. (344b) 
El ejercicio dialéctico permite partir el raciocinio desde los opuestos, desde las posturas contrarias, y enseña a andar todos los caminos posibles de la argumentación. Como bien le dice Zenón a Sócrates: “sin recorrer y explorar todos los caminos es imposible dar con la verdad” (Parménides 136e). Sin embargo, el ejercicio dialéctico puede ser fallido. No dice el texto que recorrer todos los caminos asegure la verdad. La verdad nunca está garantizada. Pero lo que es claro es que, sin recorrerlos, no es posible acertar. Nadie acierta en el planteamiento o la solución de una cuestión por suerte o azar. No porque no pueda encontrarse en el camino correcto por casualidad, sino porque incluso entonces no sabría que está en el camino adecuado, con lo que el conocimiento sería fatuo. Ahora bien, la posibilidad de no acertar, de errar el camino o de no reconocer que se está en el camino adecuado, no desecha lo valioso del ejercicio dialéctico. Porque algo ha cambiado en uno aunque uno no haya terminado de hacerse cargo de la realidad, y porque el rendimiento abstractivo que ha resultado de ello abre el horizonte de nuevas posibilidades de conocimiento.
No se trata solamente de que sea parte de la condición humana el preguntar. Ni que este rasgo se haga casi patológico en el caso del filósofo. En el ejercicio filosófico, no es cosa solamente de encontrar respuestas, sino de aprender a preguntar: de volver y abrir nuevos caminos, nuevos modos de acceso a las cuestiones de siempre.

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